Fue en esta etapa de mi vida donde descubrí algo muy importante para mí y que me hacía sentir muy feliz, se trataba de observar cómo le iba cambiando la cara a las personas cuando pasaban por la óptica por sus dificultades visuales y conforme se le iba graduando la vista era indescriptible esas expresiones de sensación de bienestar y felicidad que estas personas iban adquiriendo con su vista recién graduada. Me parecía algo tan maravilloso poder colaborar en hacer sentir a las personas esa sensación de felicidad, fue esto lo que me hizo decidirme para estudiar la carrera de óptica y optometría. Y así lo hice en la Universidad de Granada, compatibilizando estudios, con trabajo, mujer y una hija. La ilusión por tener mi propia óptica y dedicarme a hacer feliz a la gente a través de ella era mucho más fuerte que el cansancio que sentía día a día.
Y lo conseguí, en el año 1991 inauguré mi propio centro de optometría al que llamé Centro Óptico Jesús, desde entonces me dedico a ella en cuerpo y alma durante prácticamente todo el año sin más descanso que domingos y algún sábado que otro.
Desde hace unos años tengo el placer de poder incorporar de forma profesional en mi centro a mi hija Mónica. Ella, desde muy pequeña, tenía muy claro que quería seguir los pasos de su padre que no eran otros que los de devolver la ilusión a las personas a través de la visión. Para ello se formó en la Universidad de Granada como diplomada en Óptica y Optometría. Una vez terminada su diplomatura su afán por seguir mejorando y formándose en este mundo la llevó a hacer el Máster en terapia visual y optometría avanzada realizado por el COI (Centro de Optometría Internacional) en Madrid. El cual obtuvo con un resultado más que sobresaliente.
Tengo que reconocer que como empresario tampoco me ha ido mal, lo que me ha permitido poder seguir ayudando a más gente, pero ahora mis retos y aspiraciones han cambiado un poco, ahora están en ayudar a los más necesitados de forma totalmente desinteresada, lo que me hace reservar unas semanas al año para poder viajar, como ya lo he hecho hasta ahora a Tanzania y Madagascar, de la mano de mi Fundación la Arruzafa de Córdoba. Es indescriptible la sensación que siento cuando me encuentro allí ayudando a todos esos niños y personas mayores necesitadas cuando ves que unas simples gafas le devuelven la vida, y máxime cuando detectamos problemas que pueden ser tratados en su inicio y evitamos así un sufrimiento a largo plazo.
Desde hace unos años acá la satisfacción es doble, porque en mis últimos viajes me ha acompañado también, de forma profesional, mi hija Mónica, la misma que desde pequeña fue adquiriendo ese “gusanillo” de la optometría como forma de ayuda a la gente, y hoy en día puedo decir muy orgulloso que es una gran profesional y mejor persona, con unos extraordinarios valores éticos y morales.
A día de hoy sólo puedo dar las gracias por todo lo conseguido. Gracias a mi fiel clientela que es la que he visto crecer y madurar y sobre todo gracias al equipo humano y profesional con el que cuento en mi Centro, sin él el camino hubiese sido mucho más difícil.